Es importante aclarar, antes que nada, que existen dos situaciones con claras diferencias por las que un menor puede acabar viviendo en un “centro”.  

En primer lugar están los “menores infractores”, es decir, aquellos que han cometido un delito y que por su edad no pueden ingresar en prisión. Para estos chicos existen recursos, dependientes de las Consejerías de Justicia de las distintas autonomías, donde son atendidos por profesionales que aprovechan el tiempo de su ingreso para acompañarlos y así evitar la comisión de nuevos delitos en el futuro. 

Luego están los que nos ocupan, los menores en centros de protección. Si en el primero de los casos el chico/a tiene un papel “activo” en su ingreso en un recurso, en protección su papel es “pasivo”, ésto es, no depende de ellos si no de que estén o no bien atendidos. Son los servicios sociales los que estudian a las familias, que, por ejemplo, tras una denuncia de algún vecino, siguen el caso. El fin último siempre es que el menor no tenga que salir de su casa, obviamente, pero lamentablemente no siempre ocurre esto y a veces es necesario que un chico o una chica ingrese por un tiempo determinado (a veces temporalmente o hasta su mayoría de edad), en un recurso.

Estos centros, como los que nosotros mismos gestionamos, pretenden ser “hogares” para ellos. No obstante, es evidente que el mejor sitio para estar para cualquier niño o niña es su propia familia, por lo que el trabajo con su núcleo no se interrumpe tras el ingreso del menor en el centro, buscando siempre que sea posible la “reunificación”. 

Existen también otras posibilidades, como el “acogimiento familiar”. Significa que el chico o la chica vive temporal o definitivamente, si el pronóstico de recuperación de su familia de origen es muy negativo, con un núcleo familiar distinto. De nuevo se vuelve a buscar en esta solución, en primer lugar, que esta familia sea cercana al chico o la chica (familia extensa), como un tío, un abuelo, pero si esto no es posible se recurre a otras familias que desinteresadamente se ofrecen a acoger a estos menores. Éste último caso, familias ajenas, es más sensible y debe ser estudiado muy bien, ya que es necesario encajar las necesidades del chico o la chica y sus expectativas con las que pueda tener la propia familia. Es por ello que hay profesionales especialmente dedicados a estos estudios y a “unir” familias con chicos. 

Como se puede ver, lejos estamos de la protección de menores de hace décadas en las que los chicos y chicas “no bien atendidos/as a juicio de un tercero”, sencillamente eran trasladados a grandes edificios donde convivían con decenas de otros chicos en sus mismas circunstancias, esperando que ocurriera el “milagro” de que una familia “de bien” quisiera llevarlos a su casa. Actualmente cada caso es estudiado y se busca la mejor solución para él o ella. Somos muchos los profesionales que nos desvivimos en esta labor y, aunque el sistema aún no es perfecto, nos esforzamos cada día por intentarlo.

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