Hoy se celebra el Día Internacional del Abrazo, y qué mejor ocasión para hablar sobre las expresiones de las emociones en familia.
En todas estas entradas que venimos haciendo hablamos de cómo educar en determinadas cuestiones que consideramos importantes para el crecimiento personal de nuestros hijos. Como si de un colegio se tratara, nuestra familia, o nuestro centro, para los menores que se encuentran en protección, debe tener un currículum educativo, una serie de objetivos que debemos marcarnos como “educadores” (padres, madres, educadores sociales) de nuestros hijos. Siguiendo con ese ejemplo del currículum educativo, si existiera una asignatura de “educación emocional” sin duda ésta sería transversal, es decir, estaría de una manera u otra en el resto de asignaturas, y es que educar en la gestión de las emociones a nuestros hijos requiere de un trabajo constante y que, sobre todo, se debe vivir, experimentar; no podemos, al menos no sólo así, educar emociones sentándonos con ellos a explicarles qué son, deben vivirlas, y ver cómo también nosotros las vivimos y experimentamos. Debemos animarlos, constantemente, a expresar lo que sienten, y, sobre todo, a legitimar ese sentimiento. Si están enfadados porque los hemos castigado, no debemos forzarlos a reprimir esa emoción, si no, más bien, a que lo expresen de forma adecuada.
El “vale, respeto que estés enfadado, cuando se te pase hablamos”, es una gran herramienta educativa que les permite aprender a sobrellevar ese tipo de emociones. Si vemos que la gestión que han hecho de este enfado no ha sido la más oportuna (porque han pegado un portazo, por ejemplo), lo hablaremos cuando esas emociones se hayan ido, de una forma tranquila, proponiéndole objetivos que debe intentar cumplir en su siguiente “enfado”.
Esto en cuanto a la parte racional de cómo educar emociones, pero luego viene la experiencial, y para eso los padres, madres y educadores debemos ser también congruentes y honestos con nuestras propias emociones. Si estamos enfadados debemos manifestarlo, si estamos tristes también, sobre todo, cuando estamos felices.
El abrazo, por todo lo que significa para nosotros como seres humanos, es una forma concentrada de transmitir muchas cosas a la vez, y, de hecho, produce una serie de reacciones fisiológicas en el cuerpo muy bien documentadas. Pero no sólo es sano, ¡sino que, además, es un gran reforzador! Por ejemplo, educa mucho más, y más sanamente, dar un abrazo a nuestro hijo cuando lo vemos sentado estudiando en su cuarto, sencillamente porque estamos orgullosos de él, que echarle broncas porque no ha estado estudiando el tiempo suficiente; el abrazo provocará que él quiera volver a tener esa experiencia, y, por ello, se esforzará en hacer las cosas aún mejor. Eduquemos, por tanto, desde el afecto y con afecto.