Si hablamos de familia y de parejas, temas sobre los que seguiremos ahondando en un futuro, nos parecía importante hacer, en este momento, una parada en la relación entre hermanos y la importancia que ésta tiene. Observando cómo se relacionan los hermanos en cualquier familia podemos intuir, con facilidad, cómo es el ambiente en que éstos viven y hasta qué punto se favorece, o no, el que esta buena relación exista.

Para explicarlo con más claridad hagamos el camino inverso, es decir, “fotografiar”, por así decirlo, cuál sería la imagen de una relación perfecta entre hermanos: a la vista de un observador externo que pudiera ver el día a día de cualquier familia con una relación entre hermanos, digamos, “sana”, vería, claramente, dos “equipos” en esa casa, por un lado los padres, y por otro los hermanos. En ambos equipos habría un mutuo cuidado entre sus miembros, y también cada equipo tendría sus propias estrategias, negociadas o no, para conseguir sus objetivos. Los padres hablarían, consensuarían qué quieren para sus hijos, y, entre los dos, pondrían en marcha sus herramientas para conseguir sus objetivos. De otro lado, los hijos vivirían en ese ambiente dándose mutuo apoyo entre ellos, cuidándose. Este observador podría ver cómo, cuando a un hijo se le cae el plato del desayuno al suelo, otro acude rápidamente a ayudar o le indica que pronto lo recoja para que no se lleve la “bronca”. También podría ver que, antes de trasladarle a sus padres la decisión de un hijo, por ejemplo, de dejar los estudios, hablaría con sus hermanos, uno o todos, para pedirle consejo sobre cómo hacerlo. Son sólo algunos ejemplos, pero pensamos que bastante ilustradores para que, cada uno, pueda evaluar qué vería ese observador externo en su propia casa… 

En resumen, nuestros hijos no vienen a ser nuestros amigos, ni tampoco nuestros enemigos. Ellos desempeñan su papel de aprendices y nosotros debemos ayudarlos a tomar decisiones y a aprender de ellas. No vienen a ser nuestros confidentes, ni nuestros cuidadores. Ellos reciben de nosotros y, tal vez algún día, devuelvan lo recibido a la siguiente generación. No debemos permitir que los hermanos sientan que tienen que luchar entre ellos para ser favoritos de nadie, no debemos delegar funciones que nos corresponden a nosotros en ninguno de ellos. Los hermanos deben ser amigos y confidentes porque, en un futuro, podrán tenerse los unos a los otros cuando nosotros ya no estemos.

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