Si en nuestra anterior entrada hablábamos sobre la necesidad de educar en, y desde, la humildad, en esta ocasión nos centraremos en destacar la importancia que tiene también el educar en la frustración. Todo el mundo conoce el término, a todos en algún momento nos ha saltado alguna noticia en redes sobre este asunto, pero creo que poco se profundiza en la importancia y trascendencia de esta práctica. 

Destaquemos una cosa, hablamos de  “educar en la frustración” y no de “educar la frustración”. Éste último término habla, a nuestro parecer, de enseñar a un niño o una niña a aceptar un “no”, es decir, a que acepte que no se puede obtener todo lo que se desea.

 Para nosotros, “educar en la frustración” es un concepto más amplio que abarca no sólo la parte racional, sino, sobre todo, la emocional. Decirle que “no” a un niño va a generar en él o ella muchas respuestas emocionales, y para nosotros es una oportunidad de “educarlas”. 

La reacción natural de muchos padres ante este tipo de “enfados” de nuestros hijos por recibir un “no” es la crítica, el grito, las malas maneras o simplemente la indiferencia, olvidando que, sin duda, estamos perdiendo una oportunidad fantástica de ayudar a nuestro hijo a entender qué le ocurre, por qué y cómo salir de su enfado. Debemos, más bien, actuar con un profundo respeto a sus emociones, ya que también nosotros nos enfadamos cuando alguien nos impide conseguir lo que queremos, pero sin que esto implique consentir cualquier reacción por su parte, aunque sí entendiéndola. Debemos ayudarle a que se exprese, que diga qué le pasa, y poco a poco ir reconduciendo lo que siente hasta que lo acabe integrando. Sólo así habremos, realmente, “educado en la frustración”.  Veremos cómo, al cabo del tiempo, y siendo constantes en esta práctica, estas “rabietas” fruto de la frustración van modulando y cambiando hacia situaciones mucho menos negativas ante este tipo de frustraciones.

Scroll hacia arriba