Si observamos en retrospectiva, todos los aspectos que estamos tratando en estas entradas mensuales, y los que trataremos, no tienen sentido si no educamos “desde”, el ejemplo.
De nuevo intentamos ser precisos con el lenguaje, porque, desde nuestro punto de vista, educar “desde” implica la base sobre la que se construye la educación de nuestros hijos. Considerar el “ejemplo” que debemos dar simplemente como un elemento más de la educación le resta la importancia que tiene, y esto es así porque educamos más haciendo que diciendo.
Es obvio que si intentamos generar en nuestros hijos la “generosidad”, por ejemplo, pero nunca observan en nosotros este rasgo, difícilmente lo conseguiremos. Por este motivo educar implica, a su vez, “educarnos a nosotros/as mismos/as”, ser conscientes de nuestros defectos, e intentar corregirlos para, así, educar con los actos. No olvidemos que, a fin de cuentas, la familia es para nuestros hijos “el cristal a través del cual ven e interpretan el mundo que les rodea”. Ellos “vivirán” nuestro estilo de vida, y aprenderán nuestras formas y maneras de actuar con el entorno. Es por ello capital entender que la imagen que les damos en todas las facetas de nuestro día a día, incluida, por supuesto, la forma en que, como familia, nos relacionamos, influirá en el devenir de la personalidad de nuestro hijo o hija.
Si vemos que intentamos educar un aspecto de su personalidad pero lo que hacemos no termina de dar el resultado esperado, deberemos preguntarnos, entonces, hasta qué punto nosotros/as mismos/as estamos siendo un buen ejemplo de aquello que queremos conseguir.