Hablar de “educar desde el ejemplo”, tal como hacíamos en nuestra última entrada, nos obliga a reflexionar sobre la pareja, independientemente de su composición, como sustento, sustrato y cimientos del crecimiento y desarrollo de cualquier niño o niña. Estos tres términos, sustento, sustrato y cimientos, vienen a abundar en una misma idea: si no hay una buena base, sea para plantar o para soportar o construir, el proyecto que intentemos asentar no funcionará, o al menos no conseguirá el objetivo que buscamos. Nuestros hijos necesitan crecer sostenidos por una pareja sana, y no sólo porque es la mejor manera de educar “desde el ejemplo”, sino también, porque es la forma de que cada uno en la familia ocupe el sitio sano y la función que le corresponde asumir. Por utilizar, a modo de ejemplo, un sistema familiar clásico, el padre debe cuidar de su pareja y de sus hijos, la madre igualmente de su pareja y de sus hijos, y los hijos tienen que cometer errores en un ambiente seguro donde sus progenitores les vayan indicando dónde aciertan y dónde fallan. Esto es una familia “funcional”, siendo disfuncional, por ejemplo, que los hijos cuiden de sus padres, o que un hijo se alíe con un progenitor contra otro.
¿Qué es, por tanto, una pareja sana? Una pareja sana es aquella que disfruta de su mutua compañía, donde cada adulto siente que tiene un sitio, donde es querido/a y respetado/a, donde hay conflicto (porque una pareja donde no hay conflicto está muerta en muchas ocasiones), y donde estos conflictos se arreglan; también donde hay amor y se muestra, por aquello de “educar desde el ejemplo” y, sobre todo, donde no es necesario un hijo o una hija para que la pareja pueda descargar sus tensiones o dificultades. ¿Y qué ocurre con los padres separados? Aunque resulte sorprendente, nada cambia., porque nada cambia. Ese hijo o hija con padres separados necesita exactamente lo mismo que los que tienen otro tipo de relación, y no hay nada que lo impida. Padres separados que han aceptado que la relación ha dejado de funcionar pueden seguir sintiendo respeto y amor/afecto por el otro miembro de la pareja. En la medida en que sepamos darle importancia a esto y le sigamos ofreciendo a nuestros hijos este tipo de entorno, aún separados, nuestros hijos sufrirán en mucha menor medida el proceso de disolución de la relación.